Apolonio

«¡Apolonio, eres un demonio!» Eso decía su madre cada vez que hacía una travesura. Pero él seguía sin hacer caso a nadie. Era como todos los Apolonios de la familia, un trasto. En el pueblo, además del mote oficial, Apolonios, les decían muchos más motes: los quemasangres, los infiernos, los atascaburras…. Se lo habían ganado a pulso por ser tan locos y sinvergüenzas.

El primer Apolonio, el bisabuelo, que maldita la hora en que a alguien se le ocurrió el nombrecito, apostó a que era capaz de tirarse del expreso de las tres en plena marcha sin que le ocurriera nada. Y poco le ocurrió pues en vez de matarse del golpe, se quedó atontado para toda la vida. Ahí empezó su odio hacia los trenes y los primeros sabotajes: rotura de los cristales de la estación, amontonamiento de piedras en la vía que hacían que el tren se detuviera durante horas, etc. Hasta que el jefe de la estación, cabreado, apostó con él a que no era capaz de repetir la hazaña del expreso. Y Apolonio cómo no, la repitió y esta vez no tuvo suerte, se abrió la cabeza a cien metros de la estación. Pero esto no solucionó el problema, sino que lo empeoró. Los trenes se averiaban de forma incomprensible al llegar a la estación y por la noche, los viajeros que esperaban el tren oían lamentos y carcajadas que les ponían los pelos de punta. Finalmente, Renfe decidió eliminar esa parada, la estación se cerró y los trenes pasaban de largo.

Apolonio Segundo puso un bar en la plaza del pueblo, el negocio iba bien, pero el problema es que él era demasiado aficionado al vino y bebía a la par que la clientela. Como empezó a perder dinero, se le ocurrió ahorrar con las tapas. Compraba carne en mal estado a precio de saldo en los pueblos vecinos y la sazonaba para que no se notara el mal sabor. Así sus clientes empezaron a sufrir de diarreas y fuertes dolores de barriga y dejaron de ir al bar. Apolonio se arruinó y, en señal de protesta, se comió toda la carne que le quedaba y se bebió casi media arroba de vino él solito.  Estuvo muy malito en el hospital, pero consiguió salir de esa. Traspasó el negocio a un forastero, con la condición de quedarse como camarero, pero cuando observó que el negocio le iba mejor a su patrón que a él, del berrinche se tomó un vaso de matarratas. De esa no salió, pero a partir de entonces, todos los bares del pueblo se llenaron de cucarachas y ratas y a sanidad no le quedó más remedio que cerrarlos todos.

El tercer Apolonio, quiso quitarse la maldición de su padre y su abuelo y volvió lo ojos a la religión, se hizo monaguillo y después sacristán. Aunque algunos decían que cogía dinero del cestillo de los domingos, eso nunca fue comprobado. Le encantaba subir a la torre a tocar las campanas y, en los días de fiesta las volteaba que daba gusto, hasta que un día, del entusiasmo, se le fue la mano y recibió un campanazo que lo lanzó en picado desde la torre de la iglesia. Algún ángel o demonio debió sujetarlo en la caída porque, en vez de matarse, quedó cojo para toda la vida. Entonces empezó a tomarle odio a la iglesia y de pronto, el vino consagrado sabía a vinagre y las casullas del cura aparecían echas jirones. El cura decidió echarlo de la iglesia y en protesta, Apolonio Tercero se colgó de la cuerda de la campana. Desde entonces, empezaron a pasar cosas extrañas, los santos aparecían los domingos cambiados de sitio, el incienso olía a churrasco y la noche de la fiesta del patrón, se volcaron las velas y la iglesia se incendió.

Apolonio Cuarto quedó huérfano, como todos sus antepasados. La gente del pueblo no podía comprender cómo había mujeres tan insensatas, capaces de casarse con un Apolonio, por muy guapos que fueran, y dispuestas a parir un nuevo Apolonio en una rueda que parecía no tener fin. También empezaron a pensar que un pueblo sin estación, sin iglesia y, sobre todo, sin bares, estaba maldito. Entonces se fueron marchando poco a poco del pueblo hasta que este quedó vacío. Solo Felisa permaneció en el pueblo con su hijo, Apolonio Cuarto.

El chiquillo creció salvaje y al verse sólo se aburría, pero parecía tener unos amigos imaginarios que lo incitaban a hacer locuras. En el columpio se balanceaba a tope a ver si podía dar la vuelta, chupaba todas las llaves de la casa para descubrir a qué sabían, prendía fuego a todo lo que pillaba para comprobar si era combustible, se paseaba por la vía del tren y saltaba cuando éste estaba a punto de llegar y una vez se subió la rama de un roble que estaba por lo menos a tres metros de altura y se tiró de cabeza.  Su madre muy enfadada limpiaba la mancha de sangre del suelo y le gritaba: «¡Apolonio, eres un demonio!» Mientras, el chico, sentado en el suelo con su padre, su abuelo y su bisabuelo, reía y reía.

48 Comments

  1. Abrazooo y suerte en el concurso

    muy bueno y divertido. Bravo por los Apolonios que no hacen disfrutar de la vida, aunwue mejor a distancia. No sé yo si los cafres Apolonios habrían tenido tanta inventiva y creatividad como la autora a la hora de idear cafradas tan originales y divertidas.

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  2. Algo que no tuvieron en cuenta los Apolonio de varias generaciones fue el moderarse en sus tonterías, sus acciones vengativas. Por eso, el pueblo se quedó casi desierto.

    ¿De que sirve hacer maldades si no hay víctimas disponibles para esas maldades? Así que al cuarto Apolonio sólo le quedó fastidiar a su madre y ser visto por sus fantasmales antepasados-

    Un abrazo.

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  3. Genial, Lola. Una historia muy en la línea del realismo mágico con esa cadena de Apolonios que recuerda mucho a los Arcadios y Aurelianos de Cien años de soledad. Muy buen relato. Muy imaginativo y muy bien armado.

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  4. Al final los Apolonios se quedaron como dueños y señores de un pueblo que, aunque sin estación, bares, iglesia y habitantes, se las apañan para pasárselo bien.
    Menudo pueblo para no ir 😅👍

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  5. ¡Descomunal y Simpatiquísimo! Una narración que va en progresión geométrica merced a la Saga de Los Apolonios, narrado con un maravilloso sentido del humor y buen oficio de escritora. Además activas en mí los resortes de la memoria traviesa, pues recuerdo en tiempos de mocedad uno de mis amigos era monaguillo en la catedral, y tras la misa, discretamente nos ofrecía vino de consagrar, y aquello era una risa. Tus Apolonios ilustran el más difícil todavía y con profundo éxito estrambótico¡¡¡¡¡¡¡Me Gusto Mucho, pero Mucho, Mucho,Mucho; yo aún diría más: M u c h o E l e v a d o A L a E n é s i m a P o t e n c i a!!!!!!!

    Enhorabuena y Ojalá Sigas siempre en esa línea.

    Atentamente, «Juan El Portoventolero» aka «Juan Y Su Horizonte»😇

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  6. ¡Menuda saga maldita! Me ha gustado muchísimo (supongo que suena morboso) qué sucedía a cada uno de los Apolonios de esa estirpe.

    Por cierto, ¡me ha encantado leer la palabra arroba! Cuando mi madre o mis tías hablan de cuando vivían en el pueblo, la mencionan a veces y me has traído a la memoria algunas anécdotas familiares. Gracias.

    Por cierto, ¡mucha suerte en el Concurso de El Tintero de Oro!

    Un abrazo.

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  7. Tenía pensado ponerles por mi cuenta y riesgo incluir Buendía entre los apelativos de esa saga de Apolonios cuando he leído que Marta ha tenido esa misma intención (no me extraña en ella, tiene muchas letras y muy buen criterio). Porque esto es Realismo Fantástico, y de calidad, en un relato redondo, inteligente y con mucha chispa.

    Por ejemplo, ese incienso con olor a churrasco ya vale por mil otras palabras. Pero eso es solo un detalle dentro de una buena historia.

    (Ya ves que no caigo en la trampa de hacer de menos al humor, ni limitarme a un triste jajajá ¿Por qué la gente no comenta con un buahhh los dramas o con un ooohhh las historias de medio? El humor es mucho más que hacer reir: es provocar una emoción -quizás la más dificil de todas y seguro que la más inteligente- para hacernos pensar. ¿Por qué le negamos entonces su valor? Es tan difícil, es tan rematadamente complicado hacerlo bien, que yo lo valoro sobremanera.)

    Te agradezco Lola la originalidad, el desparpajo y, sobre todo, construir una verdadera historia (que es la mayor carencia del humor escrito para las masas, poco más que una secuencia de chistes con escaso o nulo hilo conductor). Y te agradezco mucho una lectura tan agradable. Me ha divertido, por supuesto, pero sobre todo me ha encantado por lo bien pensada y por lo bien escrita que está. Lenguaje cuidado, referencias, ese ritmo en la exposición, ese coqueteo con el absurdo. Joder, que me ha gustado.

    Deseo de corazón que te anime y estimule este comentario tanto o más que el premio que merece este relato, por si el desconocimiento o la incompresión te lo niegan.

    Abrazos, y muchas gracias por hacer tan buen humor.

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    1. Muchas gracias, Isra, desde luego tu comentario me anima a seguir escribiendo y como bien dices, lo de menos es el premio, comentarios como el tuyo ayudan y mucho.
      También agradecerte la defensa del humor, estoy muy de acuerdo contigo que hay que considerarlo un género tan valioso como el drama, la alegría es muy necesaria también. Tenía dos relatos y elegí precisamente este por eso. Un abrazo muy grande!!

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  8. Hola, Lola, vaya troupe de Apolonios. La verdad es que la exageración del dramatismo a mí me ha hecho reír. No sé cómo lo haces, pero lo has conseguido: una historia con tintes del realismo mágico que mueve a la risa. No veas cómo se agradece. Un pueblo sin estación, sin bar y sin iglesia; es como un pollo sin cabeza, pero queda el cuarto Apolonio que me imagino cómo se las ingeniará para seguir la saga. Me ha encantado porque es una gran historia.

    ¡Abrazos!

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  9. Hola, Lola. Un relato muy simpático, con un delicioso gusto a realismo mágico. Menuda plaga los Apolonios estos. No hay pueblo que los resista. Enhorabuena y suerte en el concurso. Un abrazo.

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  10. Hola, Lola.
    ¡Qué bueno! ¡Qué derroche de imaginación!
    A pesar de las desgracias de la familia, me he reído mucho. Menos mal que no conozco a ningún Apolonio porque no podría evitar reírme al encontrarmelo.
    Enhorabuena, felicidades y gracias por el buen rato.
    Un Abrazo.

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  11. Qué bueno, Lola, una historia que me recordó a Cien años de soledad, con tantos Apolonios y sus fantasmas, unos que no dejaban de hacer triquiñuelas ni en el otro barrio, incluso animando a sus descendientes. Me encantó

    Un abrazo y mucha suerte

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  12. Hola, Lola. Vaya estirpe la de los Apolonios, de tal palo tal astilla y el gen de la falta de un tornillo en la chaveta totalmente hereditario. Bueno, al menos, el tono de la historia es ameno y simpático y me recuerda al pueblo de Gila donde las bromas eran como las apoloniadas de tu divertido relato.

    Saludos y suerte.

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