Expediente 1632

Cuando entraste en el restaurante miraste el reloj con desasosiego, te sentías vulnerable como si en vez de dejar el abrigo y el sombrero en el perchero, hubieras dejado tu alma. Te acomodaste en la silla y pediste una cerveza. Tus dedos jugueteaban con el papel arrugado que guardabas en el bolsillo. Era la nota que te citaba en ese lugar exactamente a las ocho y treinta, aún faltaban quince minutos, pero tú nunca llegabas tarde a una cita, aunque fuera tan rara como esta.

Habías recibido una carta ¿Cuántos años hacía que solamente te llegaban facturas por correo? y dentro había una nota escrita a mano con una letra digna del mejor calígrafo. En ella te invitaban a acudir al mejor restaurante de la ciudad para una cita a ciegas. Seguro que pensaste que era una broma, pues ni siquiera tenías perfil en páginas para contactar parejas, pero según tus parámetros estaba claro que accederías. Y allí estabas, con uno de tus libros favoritos sobre la mesa: “El amor en los tiempos del cólera” y al lado una flor que te identificara, una margarita, no la rosa que todos solían llevar.

Tres mesas más allá, sentada con mi compañero de trabajo, yo te observaba. Parecías relajado mientras tomabas la cerveza, pero un ligero temblor en la pierna derecha te delataba. De vez en cuando tus ojos se arrastraban hacia la puerta de entrada.

El no saber quién te había invitado ni por qué, la extraña petición de llevar esos dos objetos absurdos y la demoledora frase de la nota: “no te arrepentirás” harían crecer la incertidumbre y ese estado de zozobra que apenas lograbas disimular con tu parsimonia.

Mientras tanto, los distintos sensores situados en el respaldo y el asiento de la silla mandaban constantemente datos de tu frecuencia cardiaca, respiración, nivel de oxígeno, etc. al centro de mando situado en la trastienda del restaurante. Mi misión era observar e ir de vez en cuando a controlar que los datos se estaban recogiendo correctamente.

No eras nadie especial, sólo una de las miles de personas que, a lo largo de todo el país iba a pasar por el experimento. Yo no conocía el objeto que tenía aquella masiva recogida de datos biométricos ni la razón por la que se había escogido una situación tan absurda como esa cita.

Te observaba como a tantos otros que habían pasado por tu misma situación, las reacciones eran diversas, pero todas seguían más o menos el mismo patrón, normalmente enfado, en algunos casos ira; en tu caso, al cabo de media hora de esperar, tras una expresión de desencanto llamaste al camarero, te excusaste mientras pagabas la cuenta y te levantaste, echando una rápida ojeada al local y saliendo a la calle como si en realidad te hubieras quitado un peso de encima. La margarita quedó estrujada y mustia encima de la mesa.

Cuando saliste, me dieron ganas de correr tras de ti y pedirte tu número de teléfono, pero estaba prohibido el contacto con los sujetos objeto del estudio, así como desvelar datos de este experimento. Durante algún tiempo estuve pensando en ti, en cómo coincidir casualmente contigo, pero no sabía absolutamente nada, ni siquiera si vivías en la misma ciudad o algún detalle que me indicara como encontrarte. Es curioso como algunas personas se nos quedan grabadas en la mente y otras no, apenas recuerdo a otros participantes en el programa. 

Sin embargo, algo ha sucedido, cuando ya te había olvidado he empezado a verte. Sí, al principio tuve mis dudas, habían pasado semanas, pero tu rostro me resultaba vagamente familiar cuando te vi por primera vez en el supermercado. Después te encontré paseando por el parque y otro día en la consulta de mi médico y me di cuenta de que eras tú, el tipo de la margarita, inconfundible a pesar de que solo pude observarte un instante.

Pensé en hablarte de todo esto, pero no puedo arriesgarme, el gobierno podría tomar represalias contra mí, quizás cuando los detalles del experimento salgan a la luz pueda hacerlo. Tal vez debería contárselo a mi psiquiatra, pero temo que él también esté confabulado con los servicios secretos.

Lo más curioso es que a pesar de que te he visto ya varias veces por la zona donde vivo, cada vez que intento seguirte te esfumas de una forma misteriosa y no hay manera de dar contigo. También he intentado abordarte, pero cuando parece que vamos a confrontar, en una especie de quiebro rápido me esquivas y desapareces.

Últimamente tengo miedo, no sé si todo esto es real o no, ya hasta dudo de si tú eras el objeto del experimento o quizás era yo. Escribo esta carta para ti sin ni siquiera saber si podré dártela, sin esperanza ninguna de que esta extraña situación se resuelva, con más inquietud e incertidumbre que tú cuando entraste por la puerta del restaurante.

10 Comments

  1. Hola Lola.

    Un experimento que me mete en tu blog, precisamente por el nombre: tu relato escenifica claramente «el limbo de las palabras no dichas». Todas las preguntas que asaltan y ninguna certitud. Inquietante o intrigante es lo menos que puede definir esta propuesta. ¡Genial! ¡Me encantó!

    Un abrazo.

    Marlen

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  2. Hola, Lola.

    ¡Magistral! Me encanta cómo habéis imaginado historias tan distintas y grandes para un mismo pie de relato. Esto es lo que más me gusta de nuestro VadeReto.

    En tu caso, has escrito una historia de intriga doble fenomenal. Primero nos engatusas con el experimento de la invitación, para luego lanzarnos miles de preguntas para enredar a la narradora en un suspense mucho mayor. ¡Qué bueno!

    La verdad es que estuve dándole vueltas a muchos posibles desenlaces a la invitación desde que se me ocurrió como VadeReto, pero en ningún caso pensé en una situación como la tuya. ¡Me encanta!

    Muchas gracias por regalarnos este colofón al mes. Enhorabuena.

    Abrazo grande.

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  3. Hola Lola, enhorabuena por un relato que intriga. Me encanta la originalidad del mismo, pues no te has ido por la clásica «cita» y le has metido elementos que lo vuelven muy interesantes. Sobre todo cuando ella duda de si es él el objeto del experimento o ella. Eso fue genial.

    Saludos.

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